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Río Amazonas, un mar de agua dulce

Información institucional

14 de marzo de 2022 - 10:56 p. m.

La antropóloga y socióloga Maria Elvira Molano emprendió un largo recorrido por el río Amazonas y ahora narra su experiencia en este texto, que hace parte de las herramientas del proyecto El río: territorios posibles de la Subgerencia Cultural del Banco de la República.

Río Amazonas, un mar de agua dulce
Foto: Amazonas. Hernán Díaz. Banco de la República.

El viaje por el río Amazonas le permitió a esta investigadora conocer y conectarse con su movimiento; reconocer la incidencia que el río tiene en las poblaciones que baña; reafirmar la importancia cultural, biológica e hídrica de su cuenca y sumergirse en los relatos cosmogónicos de este cuerpo de agua conocido también como río de las Amazonas.

A continuación, presentamos la primera parte del texto de Maria Elvira Molano que permitirá al lector adentrase en el flujo natural del río y sentir la selva viva que nace de sus profundidades.

Durante muchos años escuché hablar del río Amazonas y la cuenca amazónica, de las historias maravillosas, llenas de mitos y misterio de pueblos indígenas que convivían con la selva y con el río, y que conocían los secretos de ese desconocido mundo. También escuchaba del creciente desequilibrio de este reducto natural y cultural de la humanidad; historias de sangre, de conquista y de violencia.

Una de esas historias fue la de Francisco de Orellana, conquistador español, considerado el descubridor del río Amazonas.

El viaje de Francisco de Orellana tuvo lugar entre marzo de 1541 y agosto de 1542. Si bien ya se conocía su desembocadura y algunos conquistadores, como Américo Vespucio, ya habían recorrido algunos de sus tramos, solo fue hasta la expedición de Francisco de Orellana que se considera como un descubrimiento la navegación del río Amazonas, el más caudaloso del mundo y probablemente el más largo también. Esto se debió en parte a la amplitud de su recorrido, desde su nacimiento en los Andes peruanos hasta su desembocadura en el océano Atlántico, y también a las consecuencias que este “descubrimiento” trajo desde un punto de vista comercial y cultural.

Gracias a las crónicas del dominico Fray Gaspar de Carvajal tenemos noticias de esta expedición. En ellas nos cuenta que en algunos tramos del recorrido fueron atacados, una y otra vez, por inmensas hordas de mujeres, que sin darles respiro los acechaban con arcos y flechas. Esto generó en la imaginación de los conquistadores la asociación con las amazonas de la cultura griega, y los inspiró a bautizar ese río como río Amazonas. También sabemos, a través de las crónicas de Carvajal, que este “descubrimiento” fue una casualidad, pues lo que en realidad estaban buscando los hombres de Pizarro –de los cuales hacía parte Orellana hasta que se dividieron las expediciones– eran bosques de canela y oro. De este modo, los expedicionarios encontraron, en vez de la riqueza que buscaban, una selva cuya espesura los iría adentrando cada vez más en un mundo desconocido.

Sabemos que antes del viaje de Orellana, las riberas del río Amazonas y sus afluentes estaban habitados por numerosas etnias originarias de este territorio. A través de las historias de origen de estas comunidades indígenas, se narran el principio del mundo y los recorridos míticos de los ancestros anaconda, quienes dieron nacimiento a la humanidad y fecundaron el territorio dándole vida, primero en el pensamiento, luego a través de la palabra, a medida que lo iban nombrando. Según estas historias, aquellos seres primigenios remontaron el curso del río Amazonas desde su desembocadura en las Puertas de las Aguas en el océano Atlántico y luego subieron por sus distintos afluentes y sus nacimientos en Los Andes, creando, a medida que lo recorrían, esta inmensa y maravillosa selva, concebida por estos pueblos como “el mundo”. Este territorio, delimitado por la cuenca hidrográfica del Amazonas, corresponde a la geografía mítica de los pueblos que la habitan y es representado simbólicamente como un gran cuerpo, o una gran casa-maloca a la que, al igual que al gran árbol río o árbol de la abundancia, le fueron creciendo ramas y bifurcaciones que dieron origen al río Amazonas, a sus afluentes y a sus lugares sagrados. Así, los ríos son caminos o arterias por donde fue llegando la gente, se repartieron los alimentos, se unieron mundos, se crearon los bosques, pensamientos y sabidurías de miles de especies de plantas para alimentarse y curar.

Hoy, esta región amazónica se denomina “el pulmón del mundo” pues se trata de uno de los lugares con mayor biodiversidad en el planeta; el diez por ciento de toda la biodiversidad animal y vegetal –más de 5000 especies de plantas, más de 400 especies de aves, más de 150 especies de mamíferos (sólo en Colombia)– está en el bosque húmedo de la región amazónica. Del mismo modo, el veinte por ciento de los recursos hídricos se encuentran allí y si bien en los últimos años ha disminuido la capacidad de la selva amazónica para mitigar el impacto de los gases de efecto invernadero a través de su captación, la región sigue siendo fundamental en el proceso que nos permite existir como especie.

Esta información me hacía pensar una y otra vez en la importancia cultural, biológica e hídrica de esta cuenca, de la cual hoy día depende parte de la humanidad, que abarca casi un cuarenta por ciento de la superficie de América del Sur con aproximadamente 7.5 millones de kilómetros cuadrados, sin contar el área tropical asociada a sus aguas.

Conocí en Iquitos el río Amazonas, el más grande y caudaloso del mundo según había leído. Un río llamado también río de las Amazonas, río Solimões, río Marañón, madre del agua, mar de agua dulce, río madre, y según algunas lenguas indígenas de la región, “vía láctea”. Un río de color ámbar en donde sus aguas se confunden con el horizonte.

Empezamos, con un grupo de investigadores, la travesía desde Iquitos hasta Leticia y de ahí a Manaos, en diferentes tipos de embarcación y con diferentes propósitos. Fueron viajes llenos de sorpresas y de encuentros con personas que iban de paso o que viven en sus riberas, para las cuales la vida depende del río.

Iquitos, en la ribera del río Amazonas, fue fundada en 1757 por los jesuitas, que establecieron una misión evangelizadora en plena selva peruana. El auge del caucho (1879-1945) hizo de esta una ciudad importante donde se ubicaron las casas exportadoras de esta goma, y en la cual la arquitectura europea contrastaba con la humedad y el paisaje selvático. Se construyó el lujoso Hotel Palace y La Casa Morey. Las piedras de la plaza de armas fueron traídas de Portugal y los azulejos, de Sevilla. En 1890, monsieur Eiffel construyó la Casa Fierro, que tuvo varios propietarios y usos. En esa época era más fácil comunicarse con Europa que con Lima, viajando por el río Amazonas hasta llegar al océano Atlántico. Todo el esplendor de esta y otras ciudades ribereñas estuvo basado en la mano de obra de indígenas boras, ocainas, andoques y principalmente huitotos, quienes bajo el régimen del terror fueron paulatinamente diezmados. Así, la colonización española y portuguesa, las enfermedades y la explotación de los recursos naturales con fines comerciales tuvieron consecuencias que determinaron la historia de la cuenca amazónica y de sus pueblos.

Con el comienzo de la decadencia del boom del caucho (1914-1918), la explotación viró hacia las pieles y la extracción del palo de rosa (Aniba rosaeodora) y el látex de balatá (Manilkara bidentata). Una vez finalizada la guerra –por la posesión de territorios– entre Colombia y Perú entre 1932 y 1933, los caucheros empezaron a trasladarse, con sus esclavos indígenas, hasta la cuenca del río Putumayo y del Ampiyacu, afluentes del río Amazonas. Hacia 1958 los caucheros salieron de la región, dejando desolación y muerte en la población indígena.

Lea el texto completo en: Río Amazonas, un mar de agua dulce - Publicaciones - Banco de la República - Colecciones digitales - Biblioteca Virtual del Banco de la República (oclc.org)

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