Bendito seas (al Hermano Pedro)

Bendito seas (al Hermano Pedro)

Hermano Pedro querido
tú que conoces mi pena,
alivia un poco mi herida…
Que de dolor está llena.
Déjame que descanse,
a la sombra de tu «cueva».
Déjame… oír tu voz
sin que tus labios se muevan.
Pon tu lanza en mis ojos
que de lágrimas se llenan,
lo mismo que un manantial…
Hoy… Que las plegarias vuelan,
aunque fuerzas no me quedan.
Déjame… Por Dios cantar…
Cantar… A estas «laderas»
que son tuyas y sagradas
a la magarza florida
a la “barrilla” acostada.
Al eco de tus barrancos
a las arenas doradas
que dibujan mil corales.
Cantar a tus «cardones»
y a los verdes tabaibales.
¡Ay! Cantares… Cantares de blanca espuma
que me regalan tus mares…
Con «susurros» de sirena.
Cantar a ti… Hermano Pedro
para que sanes mi «pena».
Cantar… Al niño que sufre
a su madre que le mira.
Cantar al niño que duerme
mientras su padre suspira.

Pedro Delgado G. (Granadilla de Abona)

Imagen ilustrativa: «Hermano Pedro», de Doris Fumero.

Festividad del Santo Hermano Pedro

Al Santo Hermano Pedro de Vilaflor

Al Santo Hermano Pedro de Vilaflor

En los rincones dispares del mundo
Siervo de Dios, hermano de los hombres
que a los ricos motivas y a los pobres;
ejerciendo con humildad tu rumbo.
Antepones sacrificio a libertad
pleno tu corazón de valentía
la conciencia le sirve a tu valía
para poner en tus hechos caridad.
¡Qué irónica es la vida en tu actuación!
Fundador de tu escuela, sin estudios
enfermero sin la ciencia, por amor.
Hospital de vagabundos tu pensión,
refugio es tu posada de impedidos
tu casa: ¡lugar de paz y de oración!
incansable terciario franciscano;
luchador por el pobre y la injusticia
y del enfermo, predilecto hermano.
Campanilla pequeña es tu palabra
que llama con tu toque la atención;
mil cosas dice con su voz de bronce
llenando los corazones de emoción.

               Carmen Suárez Baute
   «Imágenes en verso» (2005)

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Festividad del Santo Hermano Pedro

El Hermano Pedro y los animales

Hermano Pedro

El Hermano Pedro y los animales

Ya en su niñez hemos relatado como las cabritas del rebaño del Siervo de Dios, le obedecían, permaneciendo alrededor de su lanza cuando este iba a misa, no descarriándose ninguna. También hemos dicho que cuando se encontraba en lugar distante de la iglesia de Vilaflor, de la ermita del Chijadero o de la iglesia de Granadilla decía “están celebrando misa y desde aquí rezaremos todos”, al decir esto Hermano Pedro sus cabritas permanecían agrupadas, sin moverse hasta que finalizaba la misa.

En Guatemala cuando ya había fundado su casa de Bethlen, un día alojó un huésped en su despensa y a media noche se acercó el Venerable Hermano al lugar creyendo estar el huésped dormido, pero en realidad estaba observándole, cogió Hermano Pedro un pan bien grande y lo desmigajó en sus faldas, luego salieron gran cantidad de ratones que comieron cuanto quisieron, después de lo cual el Siervo de Dios les dijo: “no me toquéis cosa alguna de las que aquí hay” y dando una palmada desaparecieron todos los ratones. Pasado algún tiempo, como los ratones hacían daño en la despensa, se quitó el sombrero y les ordenó que entraran en él, a continuación pasando el Río Pensativo, tomó una vara y les dijo “esta es la justicia” que manda hacer el Rey del Cielo contra estos hermanos, quedan desterrados de la casa para que no hagan daño a los víveres y alimentos de los enfermos”; desde este momento no se volvieron a ver en su hospital, en temporada.

En otra ocasión cuando estaba Hermano Pedro haciendo su hospital, le donaron un mulo, fiero, cerril y sin domar. El donante le hizo la advertencia consiguiente al Siervo de Dios, pero este aceptando la donación tomó una soga, se acercó al mulo (al que se le notaba su fiereza en lo encrespado del pelo y la inquietud de los ojos), lo ató y se lo llevó al hospital, por el camino le dijo “sabed hermano que venís a servir a los pobres”. El Siervo de Dios puso el mulo a tirar de un carro para transportar materiales a la obra del hospital, el animal era la admiración de los que le conocieron con anterioridad, pues sin haberle domado nadie, daba muestras de gran mansedumbre. En cierta ocasión estando el mulo atado al carro llovía a torrentes, como sucede en los países tropicales como Guatemala, Hermano Pedro le dice: “hermano mulo, ¡no ve que se moja!, ¿por qué no se mete bajo techado?”, el animal obedeciendo avanzó y se metió debajo de una galería donde había varias personas trabajando, que se admiraron de lo ocurrido. La docilidad del mulo llegó a ser tal, que realizaba los viajes de acarreo de materiales con el carro, sin que nadie le acompañase, hacía diez viajes por la mañana, luego se paraba y esperaba a que le dieran de comer; por la tarde hacía otros diez viajes, descansando luego hasta el siguiente día. A este animal lo llamaban todos, el “mulo de Hermano Pedro”. A la muerte del Siervo de Dios, nos dice el escritor Mencos Franco, en su crónica de la Antigua Guatemala, que “tras la fúnebre comitiva, caminaba, solitario y lacrimoso, el hermano mulo, agobiado no sólo por el peso de los años, sino también por la muerte de su amo. A partir de aquél día se denominó al mulo el jubilado de Belén, pues fue relevado de su trabajo definitivamente”. A su muerte, la comunidad Betlemita le dio sepultura al pie de un naranjo del convento, en ésta aparecía el siguiente epitafio:

“Aunque parezca un vil cuento,
aquí donde ustedes ven,
yace un famoso jumento
que fue fraile del convento
de Belén.
Requescat in pace. Amén”

Un día tropezó en la calle el Siervo de Dios con un grupo de niños que maltrataban a un zopilote (ave americana), Hermano Pedro lo compró para curarlo y darle luego la libertad, pero esta ave, como rapaz que era, se metió en el gallinero haciendo de las suyas. El Venerable Hermano la llamó reconviniéndole y le dijo que se marchara lejos, lo cual hizo.

Hermano Pedro y los animalesEn otra ocasión, al perro de un amigo de Hermano Pedro, Diego de Avendaño, un vecino lo molió a palos y crueldades, dejándolo por muerto, como tal lo tiraron a un muladar. El dueño del perro que quería mucho a éste por lo vivaz y juguetón que era, al enterarse de lo sucedido, rugía de rabia. En este preciso momento llegó el Siervo de Dios y le dijo: “Le voy a traer su perrito vivo”, dícele el dueño, “no será vivo, dado que lleva tres días muerto en el muladar”: a lo que contesta Hermano Pedro, ¡tráigamelo! Al traérselo, lo envolvió en su capa y se lo llevó. Tres días después fue Diego de Avendaño al Hospital de Hermano Pedro, siendo recibido por su perro con saltos y jugueteos cariñosos, únicamente tenía algo magullada la cabeza. Por esta especial predilección por los animales, se le llama a Hermano Pedro, el San Francisco de Asís americano.

Raúl Fraga Granja, «Biografía de un tinerfeño ilustre: El Venerable Hermano Pedro».

Vicisitudes del Hermano Pedro en Guatemala

hermano pedro escultura

*Vicisitudes del Hermano Pedro en Guatemala

El escenario donde realizó su labor el Siervo de Dios fue Santiago de los Caballeros, hoy Antigua Guatemala, ciudad situada en el Valle del Tuerto o Panchoy, de ocho leguas de circunferencia. En el año 1650 tenía esta ciudad unos 60.000 habitantes, siendo el tercer núcleo urbano de América, después de Méjico y Lima. Capital de la Capitanía General de Guatemala, la cual comprendía la Península de Yucatán Mejicana y América Central. Por las ruinas actuales se adivina su antiguo esplendor de ciudad formada por 16 barrios, 32 iglesias, unas 60 calles rectilíneas trazadas por el Ingeniero Juan Bautista de Antonelli. Por su infinidad de palacios y monumentos fue proclamada en la octava Asamblea del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Monumento de América.

En esta floreciente ciudad, se estableció nuestro humilde paisano, alojándose en casa de Pedro Armengol, con quien trabajaba en el oficio de tejedor, como en La Habana. Su religiosidad rayana en el misticismo, le inclinó a realizar los estudios eclesiásticos, pero le falla la memoria para aprender el latín. Dice Francisco Antonio de Montalvo en su obra “Vida admirable y muerte preciosa del Venerable Hermano Pedro de San José Bethencourt” como ya dijimos anteriormente, “era en la devoción águila y en las letras topo”. El 10 de Enero de 1655, Pedro renuncia a sus estudios solicitando entrar en la Orden Tercera Franciscana, viste el hábito el 14 del mismo mes.

Hermano Pedro fue encargado de las obras y custodia de la capilla de “El Calvario”, que llevó a feliz término. Esta llegó a ser uno de los santuarios más concurridos y venerados de América Hispana, gracias a su custodio Pedro de Bethencourt. Aquí creó la costumbre devota del rezo del Santo Rosario en procesión que se extendió a España por obra de Fray Pedro Ulloa, llegando a practicarse en todo el Mundo Católico. Así mismo creó la Procesión del Silencio, y muchos rezos piadosos.

En el Calvario plantó Hermano Pedro el árbol denominado “esquisúchil”, que aún hoy existe, atribuyéndole el pueblo virtudes curativas a sus hojas y flores.

Teniendo Hermano Pedro gran devoción por San José o para imitar a su posible pariente Fray Luis de San José Betancur, franciscano canario muerto en Guatemala años antes de llegar allí Hermano Pedro, solicita el Venerable Hermano del Obispo Fray Payo de Rivera, le permitiera denominarse en lo sucesivo Pedro de San José Betancur. Fray Payo de Rivera despacha una cédula, concediéndole tal denominación.

Algunos años después de su estancia en el Calvario comienza nuestro paisano una gran epopeya de caridad, con tres inválidos desheredados de la fortuna; un negro, un enfermo de perlesía (Marquitos) y una anciana llena de llagas, María Esquivel.

Al morir esta última, compra Hermano Pedro la choza de paja y la parcela de terreno circundante donde habitaba. Se establece en ella, destinando una parte a oratorio donde entroniza una imagen de la Virgen Nuestra Señora de Belén. Compra algunas camas y las coloca en las demás habitaciones, completándolas con las que la caridad pública le donó. Destinaba las mencionadas camas para alojar forasteros y estudiantes pobres, sacerdotes ancianos y enfermos, peregrinos, convalecientes, etc.

De noche la choza servía de dormitorio y por las mañanas, recogidas las ropas y camas, estas se convertían en asientos y mesas para los niños. Las niñas daban clase por la mañana y los niños por la tarde. En esta institución tenían albergue los pobres, enfermos, desvalidos, niños huérfanos y abandonados sin ninguna discriminación de razas.

Hermano Pedro hacía con los niños de padre y de madre, los limpiaba, remendaba sus ropas, le daba otras cuando las que tenían estaban muy viejas, etc.. Todas las mañanas repartía comida a la puerta de su institución, luego llevaba un gran cántaro de comida para repartir entre los enfermos de los hospitales de San Lázaro y San Alejo y a la vuelta iba recogiendo lo que le daban, terminando en su escuela dando el desayuno a sus queridos niños. Diariamente daba de comer a más de 300 personas. También atendía a los moribundos, confortándoles y ayudándoles a bien morir, cuando faltaba un sacerdote. A los muertos pobres les sufragaba los gastos de entierro y ayudado por los hermanos de su congregación los enterraba, finalmente regaba con sus lágrimas la tumba. Los jueves los dedicaba el Siervo de Dios a visitar los hospitales y cárceles adonde acudía con gran cantidad de provisiones que repartía entre los enfermos y encarcelados, además de confortarles y darles buenos consejos. Un día a la semana acudía al fondo de las minas para socorrer a los obreros y esclavos, tanto material como espiritualmente.

En su hospital, fue su primera enferma una anciana negra, impedida, antigua esclava abandonada por sus amos.

La institución de beneficencia creada por el Siervo de Dios, por sucesivas ampliaciones y mejoras a medida de las necesidades, llegó a ser un verdadero complejo de caridad.

Hermano Pedro puede considerarse como precursor de los Colegios Mayores, fundador del primer Hospital de Convalecientes del Mundo y de los primeros colegios gratuitos para niños de América y así mismo de las instituciones benéficas para sacerdotes, enfermos y ancianos. A su iniciativa se debe la obra del Hospital del Señor San Pedro en Guatemala, para sacerdotes.

Creó dos ermitas de las Ánimas, a la entrada de la ciudad de Antigua. Más tarde se extienden por toda América española la costumbre de edificar ermitas de las Ánimas a la entrada de las poblaciones de alguna importancia.

Pidiendo limosna continuamente intenta mejorar su complejo benéfico de asistencia social y docente, no pudiendo ver su obra terminada debido a su temprana muerte a los 42 años de edad, el 25 de Abril de 1667.

Recordatorio Hermano Pedro

Al morir Hermano Pedro, la multitud acude atropelladamente a ver por última vez a su gran benefactor, teniendo que proteger el lugar donde se encontraba el cadáver, la fuerza pública, dada la gran avalancha humana que pretendía entrar en la estancia donde se encontraba; el pueblo al no poder entrar por la puerta, intentó hacerlo por las ventanas y muros que podía escalar. Pretendían principalmente reliquias del Siervo de Dios. Algunas de sus prendas fueron deshechas con este objeto, dada la gran veneración popular que en Guatemala tenían por Hermano Pedro.

El Obispo Fray Payo de Rivera (que había dado cuanto tenía al Siervo de Dios para que con ello socorriera a los pobres) reverente se acerca al cadáver del Hermano Pedro y juntando su rostro con el de él dice: “¡Oh Pedro!, ¿quién ocupará tu lugar?”. Han pasado más de tres siglos y aún no ha habido quien sustituya allí al Siervo de Dios en su epopeya de caridad. En parte sólo lo consiguió la Orden Behtlemita.

*Raúl Fraga Granja, “Biografía de un tinerfeño ilustre: El Venerable Hermano Pedro”.

Imagen del Santo Hermano Pedro (Parroquia de la Santa Cruz del barrio de Lomo de Mena, Güímar), del escultor Carlos Rodríguez Díaz. Foto de Lute Déniz.

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Decreto de beatificación hermano pedro

Festividad de San Pedro de San José Betancur (Hermano Pedro), primer santo de Canarias

El Cristo del Hermano Pedro (La leyenda del Señor Sepultado de Santa Catarina)

El Cristo del Hermano Pedro

El Cristo del Hermano Pedro

Rafael del Llano estaba exhausto aquella noche. Luego de un día de intenso trabajo conducía al paso, por la calle del Teatro, el landó de alquiler del cual era cochero. Era viernes. La noche de un viernes santo ya bastante avanzada.

Después de trasladar a dos ancianas rezagadas hasta la calle del Seminario, regresaba a los establos de Schumann a rendir cuentas al patrón y guardar el landó. Como caminaba hacia el barrio de Santa Catarina, dobló en la esquina de la iglesia de la Merced y enfiló por la calle de la Esperanza.

Rafael, además de cansado, se sentía triste. Aquel ambiente impregnado de incienso y aroma a flor de corozo, pesaba sobre su espíritu, como el fanatismo místico sobre la ciudad. Silencio absoluto. Calles solitaria y oscura. Escuchaba tan sólo el ruido de herraduras del caballo que se estrellaban en el empedrado.

Atravesó la calle de La Concepción, y vio la hora en uno de los relojes de la Catedral.

─Hay razón para estar cansado ─musitó─ si son ya más de las once.

Y prosiguió su camino por la misma calle. En su mente bullía el recuerdo de los acontecimientos del día: había transportado a muchas personas a las distintas procesiones que recorrieron los barrios y las calles de la ciudad, sobre todo el Santo Entierro de Santo Domingo, a donde más gente se vio obligada a trasladar. En verdad estaba impresionado con esta última por su sobriedad, el silencio de los cargadores y la inmensa tristeza del cristo yacente. Además, era la procesión de su barrio. El vivía en el callejón del Carrocero.

Ese año ─seguía pensando─, por primera vez en mucho tiempo, el Señor Sepultado de la iglesia de Santa Catarina no había salido en procesión. Se decía que muchas habían sido las causas: falta de dinero, de organización… en fin… ¡Qué sabía él! Su desolación era mayor aún porque además de cargarlo, le profesaba una fe inmensa.

¡Ah sí! ─se decía─, Qué milagroso es el sepultado de Santa Catarina. Recordaba que cuando niño, su abuela le había contado la historia del Señor que remontaba a Santiago de Guatemala, mucho tiempo antes del terremoto de Santa Marta.

Le había relatado que una noche el Hermano Pedro se encontraba rezando a los pies del crucifijo, en una iglesia cuyo nombre había olvidado.¹

Era ya muy tarde –había dicho su abuela-, pasaba la media noche… y cuando más arrobado se hallaba en su oración el Santo Hermano, escuchó la voz del crucificado que le decía:

─Pedro, hijo mío, quiero ser sepultado en el coro bajo de las Catarinas.

El Hermano, sin titubear, se dio vuelta y recibió la imagen sobre sus hombros y salió muy despacio a la oscuridad de la noche. El peso del crucificado doblegaba su espalda. Por ser la imagen más alta que él, se vio obligado a arrastrarle los pies por el empedrado de las solitarias calles de la urbe. Así después de largo y penoso recorrido, llegó al Convento e iglesia de las Catarinas. Las monjas lo esperaban con cirios encendidos a lo largo del templo. En el coro tenía ya preparada una urna que acogería al Señor. Allí lo depositó el Hermano Pedro, con sumo respeto. (Testimonio de ese milagro eran las raspaduras hechas cuando lo llevaba en hombros y que la imagen todavía presentaba después de tantos y tantos años. Rafael las había visto y aún palpado).

Según su abuela, aquel suceso había estimulado a miles de fieles a acercarse a adorar al crucificado que había querido ser sepultado en aquel lugar.

Después de los terremotos de Santa Marta –concluían sus recuerdos- el Señor fue trasladado a la Nueva Guatemala y colocado en una capilla de la iglesia del Convento, que las monjas Catarinas habían mandado levantar, y donde hoy se encontraba.

Abstraído en estos pensamientos, después de pasar junto al callejón del Manchén, llegó a la calle Real y la atravesó. Poco faltaba para llegar a su destino.

De golpe, las notas fúnebres de una marcha le hicieron volver en sí y buscar el lugar de donde provenía.

─¡No es posible!  ─exclamó─ la procesión de Santa Catarina… ¡Y tan tarde! ¡Pero si me dijeron que no saldría este año!

En efecto, a lo lejos veía Rafael, viniendo de la calle del Olvido y doblando la esquina del convento de las Catarinas, rumbo al templo, el anda en que descansaba la urna de oro y mármol del Señor Sepultado. Una banda de músicos marchaba tras ella. Abriendo la procesión, los ciriales llegaban ya casi hasta la puerta del templo, y luego dos columnas de cucuruchos con túnica negra y velas encendidas en las manos caminaban silenciosos y con lentitud a la vera de la calle…

¡Si camino rápido ─se dijo el cochero- alcanzaré la bendición! El anda ya está llegando a la iglesia, pues oigo ya el arrastrar de las horquillas de los cargadores y las notas de la banda… el Señor ya está en el atrio… ¡tocan la granadera…!

Y apresurando el paso de su caballo, salvó veloz las dos cuadras que aún le faltaban. Al llegar al atrio del templo su espanto fue tremendo… ¡no había nada! ¡la procesión había  desaparecido!

Un viento fuerte se levantó y en su furia hizo tronar las campanas de la torre. El tañido se fue rebotando en el silencio de la noche.

Rafael, clavado en el coche, como una estatua, no acababa de comprender. Un sudor frío bañaba su rostro y un compulsivo temblor sacudía su cuerpo, hasta que cayó desfallecido en el pescante del landó.

El caballo, ya sin dirección y siguiendo su instinto, se encaminó a los establos de Schumann, ubicados en la calle posterior del templo.

A la mañana siguiente encontraron el landó en el patio central con el cadáver de Rafael del Llano en su interior, horriblemente crispado.

Y, desde entonces, el señor sepultado de Santa Catarina jamás volvió a salir en procesión.²

Notas:

¹ De acuerdo con la tradición oral de la ciudad de Antigua Guatemala y con las leyendas piadosas atribuidas al Hermano Pedro de San José de Betancourt, el hecho aquí narrado sucedió en la iglesia de El Calvario en La Antigua Guatemala, frente al Cristo Crucificado que se encuentra bajo el coro.

Recuérdese que el Hermano Pedro, por ser terciario franciscano, vivió largos años en ese lugar.

² Conmemorando los 200 años del traslado de la imagen a la Nueva Ciudad de Guatemala en el Valle de la Ermita ocurrido en el año 1809, Un viernes santo 3 de abril del año 2009, El Señor Sepultado de Santa Catarina sale de nuevo a recorrer la calles y avenidas del Centro Histórico de nuestra hermosa ciudad.

Viejas Consejas:
Sobre Santos Milagrosos y Señores de los Cerros
Celso A. Lara Figueroa
Litografías Modernas 1995

Fuente: orgulloguatemalteco.blogspot.com.es

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Festividad del Santo Hermano Pedro, primer santo de Canarias